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Votar como acción colectiva

Isabel Gil Everaert
FOTO: Artemio Guerra Baz / Cuartoscuro.com

Quizás uno de los factores de mayor complejidad durante la época electoral sea el entender qué es lo que está sucediendo. A medida que se acerca el día de las votaciones vemos cómo se anuncian candidatos, alianzas, y rupturas; vemos debates, escuchamos spots, y se publican encuestas, estudios y columnas de opinión que intentan descifrar este complicado momento. Nos enfrentamos a un bombardeo de información en muchos casos contradictoria, incompleta y con tendencias veladas o explícitas.

Uno de los indicadores más utilizados para ver cómo van acomodándose las cosas son los análisis de opinión. Estos intentan reflejar no sólo las preferencias, sino cómo es que éstas cambian, qué las transforma, las asociaciones y patrones, y cómo se configuran en diferentes regiones, entre grupos de edad, niveles de escolaridad, género, y demás factores sociodemográficos. En ocasiones, leer estos estudios más que responder a nuestras inquietudes arroja nuevas preguntas: ¿por qué este candidato es tan popular? ¿qué tan importante son las propuestas y los debates? ¿qué peso tendrá en la opinión pública un suceso en particular? Podemos aproximarnos a estas interrogantes desde una perspectiva individual, pensar que ciertas personas prefieren ciertas cosas por sus características personales, o inferir que un hecho específico tendría que alterar las preferencias de alguna manera. Sin embargo, en muchos casos estas inferencias resultan equivocadas y la opinión se mueve de maneras impredecibles o se mantiene estática ante algo que pensamos la transformaría.

Votar, como argumenta Popkin es un acto social, una acción colectiva no sólo en sus consecuencias si no en las maneras en que se configuran tanto la toma de decisión como la acción misma de votar.

Tal vez, considerar que votar es más que una decisión individual, más que un momento donde nos encontramos a solas con una boleta y marcamos a nuestro candidato o candidata preferida, sea de utilidad para comprender este proceso de una manera distinta. Votar, como argumenta Popkin (1991) es un acto social, una acción colectiva no sólo en sus consecuencias si no en las maneras en que se configuran tanto la toma de decisión como la acción misma de votar.

Quizás lo más evidente es que cuando llegamos a nuestras casillas nos encontramos con el resultado de un sistema electoral complejísimo, que desde hace ya algunos años prepara la jornada electoral, lo que la precede y lo que sucede después. Este sistema regula y organiza las campañas, convoca a grupos de ciudadanas y ciudadanos para encargarse de las casillas el día de las votaciones, imprime boletas y actas, y cuenta los votos para dar un resultado algunas horas después de que cada una de nosotras visita la casilla para emitir su voto.

Las votaciones no son un proceso de un día, si no un complejísimo sistema de meses, incluso años, donde participan millones de personas.

El votar es social porque involucra una serie de interacciones, en ocasiones no muy visibles o conscientes, pero indispensables para comprender cómo es que decidimos por quién y cómo votar, o por qué decidimos no hacerlo. Las votaciones no son un proceso de un día, si no un complejísimo sistema de meses, incluso años, donde participan millones de personas. Tomar en cuenta estas interacciones y analizarlas permite reconocer la complejidad del proceso electoral, observar patrones, conexiones, lo que se dice y hace y aquello que no necesariamente se hace explícito pero que juega un rol fundamental.

El voto es una decisión pública y privada a la vez. Es privada porque implica procesos individuales en que pensamos por quiénes votar, imaginamos posibles escenarios, sopesamos las consecuencias –buenas y malas– que la decisión puede tener en nuestras vidas, analizamos las propuestas que conocemos, y reaccionamos ante las personalidades, los contextos, la experiencia, las palabras y las personas que rodean a los candidatos que aparecen en la boleta. Además de pensar, el voto involucra también el sentir; muchas veces, las decisiones que tomamos son más viscerales que racionales, o tienen un componente de emociones mayor al que se reconoce tanto en discusiones, debates, e incluso estudios de opinión. Muchas veces estos afectos encuentran más espacio en lo individual, en la intimidad de lo privado y pueden verse reflejados de una manera más fiel en el análisis de tendencias que en las encuestas, por ejemplo. En lo privado nos enfrentamos al conflicto entre nuestras expectativas a largo plazo y lo inmediato, identificamos nuestros miedos y nuestras ilusiones, nuestras visiones de futuro y nuestros análisis sobre el estado actual de las cosas. Y, aún más importante, asumimos que nos pensamos y pensamos el mundo desde una perspectiva y desde ésta decidimos qué posición tomaremos y qué tan activamente y de qué manera nos involucramos en este proceso social.

Para muchas personas, la época electoral involucra discusiones con gente cercana que en algunos casos terminan en nuevas alianzas y en otros en conflictos.

Es una decisión pública porque cuando decidimos si votar o no y por quién votar, no lo hacemos aisladas y de manera individual si no en interacción con un ambiente, platicando con las y los demás, escuchando, viendo y leyendo los medios de comunicación, las pláticas en la sobremesa, y lo que dicen quienes respetamos así como nuestros “antagonistas”. En los meses previos a las elecciones salen a la luz opiniones que en otros momentos reposan silenciosas, los ánimos se polarizan y cosas que en el día a día parecen irrelevantes adquieren importancia. Para muchas personas, la época electoral involucra discusiones con gente cercana que en algunos casos terminan en nuevas alianzas y en otros en conflictos que, en muchos casos, nos toman por sorpresa.

Pensar el voto como algo que se gesta en sociedad y cuyas consecuencias impactan más allá de lo individual no sólo ayuda a entenderlo de una manera distinta, si no que permite darnos cuenta de que los resultados de la elección son sólo una pequeña parte de lo que significa votar. Implica entender que votar es un ejercicio donde están en constante tensión el egoísmo, las ponderaciones entre el “esto es mejor para mi y para mi familia” y el “este es un proyecto de país con el que me identifico, un candidato o candidata cuyas propuestas y equipos son mejores para el país”; en otras palabras, pensarnos como parte de algo más grande que nosotros.

Popkin, Samuel L. 1991. The Reasoning Voter. Communication and Persuasion in Presidential Campaigns. The University of Chicago Press. Chicago, IL. http://www.press.uchicago.edu/ucp/books/book/chicago/R/bo3636475.html.

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